“¡No puedo cantar, ni quiero, a ese Jesús del madero,
sino al que anduve en el mar!” (Antonio Machado, “La Saeta”, líneas 19-21)
Quiero empezar con una declaración enfática que tengo el
mayor respeto por Jesucristo- su vida, su expiación, su sacrificio en la cruz y
su resurrección. También respeto mucho a la cruz como símbolo de la adoración
de Cristo. Creo que es un símbolo poderoso que ha llevado a innumerables
personas más cerca de dios, y sigue haciéndolo para millones hoy día. Dicho
esto, voy a seguir.
Cuando veo a representaciones de Jesucristo en la
cruz, siento muchas emociones. Siento admiración por su bondad, reverencia y agradecimiento
profundo por su sacrificio y siempre tristeza por su sufrimiento y muerte.
De veras, las emociones que siento al ver el Cristo
crucificado son más o menos parecidas de las que tengo cuando veo a una
mariposa clavado en un tablero. Siento admiración por su belleza y también
siento reverencia y agradecimiento por la oportunidad de estudiar de cerca una
de las creaciones maravillosas de dios. También siento tristeza por la muerte
de una criatura tan frágil y bella. Casi puedo sentir las alfileres (o clavos) perforando
los cuerpos- las alas delicadas y las manos apacibles.
Podemos aprender mucho de estas formas de la mariposa
y de Jesucristo. Pero para entenderlas más completamente, debemos estudiarlos
de un perspectivo más ancha, también. La mariposa preservada y el Cristo
crucificado son solamente unas instantáneas.
De estudiar una mariposa fijada en un alfiler, veremos
la estructura anatómica. Podemos averiguar la forma y el color de las alas y
ver la lengua larga, pero no sabemos el propósito de lo que vemos. Para saber porque
las mariposas son así, hemos de observar una mariposa viva. De esa manera, aprenderemos
que se usan las alas de colores brillantes para asustar a animales de rapiña, o
las alas verdes y cafés para esconderse entre las hojas. También observáramos que
las mariposas usan la lengua larga para chupar el néctar de las flores.
Lo mismo aplique al estudio de Cristo. Aprendemos y
sentimos mucho del Cristo clavado, pero también debemos enfocarnos en el Cristo
vivo para entender porque subió a la
cruz. De estudiar la vida y personalidad de Jesucristo, aprenderemos que no fue
solamente matado, sino que se sacrificó a propósito porque nos ama. Apreciaremos
que las manos, llenos de sangre en la cruz, daban bendiciones y curación en la
vida. Y realizaremos que las pies, clavadas
en la madera, realmente anduvieron en la mar.